El cerebro humano es capaz de anticiparse, procesar estímulos complejos y tomar decisiones para protegernos. Pero esa misma capacidad también puede llevarnos a comportamientos que parecen irracionales: morderse las uñas cuando estamos nerviosos, posponer una tarea importante hasta el límite o criticarnos de más cuando buscamos hacerlo “perfecto”. Todos estos actos, lejos de ser simples manías, son mecanismos de alerta profundamente ligados a nuestra evolución.
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Autosabotaje: una “alarma” que intenta protegernos
Según el psicólogo clínico Charlie Heriot-Maitland, muchos comportamientos incómodos o autodestructivos funcionan como “explosiones controladas”: pequeñas descargas que el cerebro utiliza para evitar un daño que interpreta como mayor.
Por ejemplo:
- Morderse las uñas o manipular la piel libera tensión inmediata.
- Procrastinar atenúa el miedo al fracaso o al rechazo.
- El perfeccionismo intenta evitar errores a través de la sobreexigencia, aunque pueda agotarnos.
- La autocrítica excesiva genera una sensación falsa de control para no enfrentar la incertidumbre.
Todos estos comportamientos comparten un patrón: el cerebro busca un mundo predecible y seguro, incluso cuando la amenaza no es real.
La explicación evolutiva
Nuestra especie ha sobrevivido gracias a su capacidad de anticipar el peligro. Sin armas ni defensas físicas, la inteligencia fue nuestra herramienta principal frente a depredadores y riesgos. Por eso, el sistema nervioso evolucionó para detectar amenazas en todos lados, incluso cuando no existen.
Neurotransmisores como la dopamina, la noradrenalina o el glutamato activan los sentidos y preparan al cuerpo para responder. El problema surge cuando esa alerta permanece encendida sin motivo claro: ahí aparecen el autosabotaje, el miedo paralizante y las decisiones que parecen ir en contra de nosotros mismos.
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Cuando protegernos genera más problemas
El cerebro puede convertir el autosabotaje en una profecía autocumplida:
- Si tememos fallar, evitamos intentarlo.
- Si creemos que somos mejores de lo que somos, nos confiamos y rendimos menos.
- Si evitamos retos, perdemos oportunidades que éramos perfectamente capaces de afrontar.
El sistema de alarma, que nació para protegernos, termina limitando nuestra capacidad de avanzar.
El caso particular de la adolescencia
Las autolesiones no suicidas (NSSI) —como cortarse, quemarse o golpearse— son más comunes en adolescentes de lo que suele reconocerse. Estos comportamientos actúan como una vía para aliviar ansiedad, depresión o estrés intenso.
Los pequeños daños liberan beta-endorfinas, químicos naturales que reducen el dolor emocional. Para la mente, es un mal menor que evita un dolor percibido como más grande: abuso, bullying, trauma, depresión o aislamiento.
Y en personas con trastorno del espectro autista (TEA)
En niños y jóvenes con TEA, las conductas autolesivas también pueden aparecer. Funcionan como respuestas a:
- Sobrecarga sensorial (ruidos, luces, olores intensos)
- Dificultad para expresar malestar
- Ansiedad ante situaciones confusas
De nuevo, la mente intenta regular un peligro percibido.
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Comprender para tratar
La propuesta de Heriot-Maitland y otros expertos es clara: entender por qué ocurre el autosabotaje permite reducir estos comportamientos y ofrecer estrategias de afrontamiento más sanas. No se trata de juzgar, sino de comprender que estas reacciones son mecanismos biológicos y evolutivos diseñados para protegernos.
El reto actual es ayudar al cerebro a distinguir entre amenazas reales y falsas alarmas que, en lugar de cuidarnos, acaban lastimándonos.



