Durante años se ha repetido una idea simplista: “para bajar de peso solo hay que comer menos y moverse más”. Pero hoy sabemos que la obesidad es mucho más que una cuestión de fuerza de voluntad. De hecho, la Organización Mundial de la Salud la reconoce como una enfermedad crónica influida por factores genéticos, ambientales, emocionales y sociales.
Los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC) también lo confirman: la obesidad es una condición compleja donde intervienen desde la calidad de sueño hasta el nivel de estrés, el acceso a alimentos saludables y la estructura del entorno donde vivimos.

Hablamos con especialistas en salud mental y manejo de peso para desmontar los mitos más comunes y entender por qué la relación con el peso va mucho más allá de “echarle ganas”.
Mito 1: La obesidad ocurre por falta de fuerza de voluntad
Esta es una de las creencias más extendidas… y más dañinas.
La evidencia científica demuestra que factores como la genética, la calidad del sueño, el estrés crónico, las hormonas del apetito y el acceso a alimentos saludables influyen fuertemente en el peso corporal. De hecho, se estima que la genética puede explicar más del 50% de la tendencia a desarrollar obesidad.
Además, vivir en zonas con acceso limitado a comida nutritiva y económica —los llamados desiertos alimentarios— aumenta el riesgo de tener obesidad y diabetes.
Como explica la especialista Kimberly Gallien, del Centro de Pérdida de Peso del Hospital Houston Methodist, el peso no determina disciplina, inteligencia ni valor personal, y tampoco es evidencia de flojera o falta de carácter.
Lo que sí ayuda es una idea distinta: la fuerza de planificación. Preparar con anticipación lo que vas a comer o prever situaciones que detonan antojos puede ser más efectivo que depender de la fuerza de voluntad.
Mito 2: Las personas con obesidad son menos activas
Es un estereotipo muy común… pero falso.
A nivel global, la mayoría de las personas —sin importar su peso— no cumplen con las recomendaciones de actividad física. Y más que una decisión individual, la posibilidad de hacer ejercicio depende del entorno:
- Si hay banquetas,
- si existen áreas verdes,
- si hay transporte seguro,
- si las jornadas laborales permiten descansar y moverse.
Los determinantes sociales de la salud influyen más que la genética o el acceso a servicios médicos.
Por eso, cuando se habla de obesidad, es crucial considerar el contexto completo de la persona, no solo un número en la báscula.
Mito 3: El IMC es la mejor manera de saber si estás en un peso saludable
El famoso Índice de Masa Corporal (IMC) se diseñó hace casi dos siglos tomando como referencia a hombres europeos, por lo que no contempla diferencias de género, etnia, edad ni composición corporal.
Sus limitaciones incluyen:
- no distingue grasa de músculo,
- puede clasificar como “obesas” a personas deportistas,
- no refleja dónde se acumula la grasa (un factor clave).
La grasa visceral —la que rodea órganos internos— es la que aumenta el riesgo de enfermedades metabólicas y cardiovasculares, y no siempre se refleja en el IMC.
Por eso hoy se recomiendan evaluaciones más completas, como análisis de composición corporal, que distinguen masa muscular, agua corporal y diferentes tipos de grasa.
Mito 4: La obesidad está completamente comprendida por la ciencia
Aunque se ha avanzado mucho en las últimas décadas, aún no existe un consenso total sobre todos los mecanismos que causan la obesidad. Se sabe que intervienen:
- genética,
- hormonas del apetito,
- metabolismo,
- salud emocional,
- alimentación,
- actividad física,
- condiciones socioeconómicas y ambientales.
La falta de comprensión total abre la puerta al sesgo de peso, incluso en entornos médicos. Este prejuicio puede retrasar diagnósticos, reducir la calidad de atención y generar vergüenza, estrés o evitación de consultas.
El estigma —como comentarios sobre el peso, asientos incómodos o falta de opciones de talla— también afecta la salud emocional y física.
Mito 5: Bajar de peso significa solo perder kilos
La pérdida de peso no es lineal. Cambia día a día, y no depende únicamente de cuántas calorías consumas o gastes. Además, el número en la báscula no refleja:
- el estado de ánimo,
- la calidad del sueño,
- la salud mental,
- la energía,
- la relación con la comida.
El bienestar va más allá del peso, y medir el progreso solo por kilos puede ser injusto y desmotivador.
Un enfoque más realista considera preguntas como:
- ¿Cómo dormiste?
- ¿Te sientes con más energía?
- ¿Moviste tu cuerpo de forma agradable?
- ¿Has logrado organizar mejor tus horarios de comida?
El manejo del peso es un camino personal, no un examen de fuerza de voluntad.



