A finales de la última Edad del Hielo, los mamutes, mastodontes y otros muchos animales ahora extintos poblaban los pastizales que rodeaban lo que hoy es la ciudad de Los Angeles, en California.
Muchos compartieron la fatalidad de caer en una serie de pozos de brea situados en el actualmente llamado Rancho La Brea, que se halla dentro de los límites de la ciudad. Estos viscosos pozos, formados por la filtración de depósitos de petróleo, eran mortíferas trampas naturales. Los animales llegaban a beber en los charcos de agua que se formaban por encima del asfalto, y muchos quedaban irremisiblemente atrapados y se hundían en la brea.
En la lista de víctimas figuran animales comunes, como coyotes y comadrejas, y otros más exóticos, como perezosos, tigres de dientes de sable, camellos, lobos y especies ahora extintas de cóndores y cigüeñas. Estos pozos de brea, que figuran entre los yacimientos más ricos de fósiles, han proporcionado más de un millón de restos de una increíble variedad de animales desaparecidos.
¿Qué hemos aprendido de los fósiles?
Los fósiles, cuidadosamente extraídos de las rocas que los han protegido en el curso de los tiempos, han proporcionado muchos datos para conocer el pasado de la Tierra. Desde las rocas más antiguas a las más recientes, el estudio de los fósiles encontrados en ellas nos revela el camino que ha seguido la evolución de la vida sobre la Tierra, e incluso los cambios producidos en el planeta mismo.
Las conchas marinas petrificadas aparecidas en las cimas de los Andes, por ejemplo, son testigos mudos de las convulsiones que en el pasado sufrió la corteza terrestre. Los restos de palmeras hallados en Groenlandia nos revelan la época en que el clima fue allí muy distinto del actual.
Los fósiles han servido de base para establecer una división del tiempo geológico que constituye una especie de calendario de la historia de la Tierra. De acuerdo con este calendario, las eras, o lapsos más largos de tiempo, se dividen en períodos, y los períodos más recientes se dividen en épocas.
